¿Dónde estamos?
Paul Ravenhill



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¿Cómo no distinguís este tiempo? Lucas 12:56

¿Dónde estamos?
Hoy, creo que es ésta la primera pregunta que debemos hacernos.

Hay señales alrededor que presagian el fin de una etapa de la historia, el fin de una era - no necesariamente del fin del mundo, aunque muchas de las señales son idénticas.

      Abraham fue llamado por Dios en el tiempo en que la civilización de
        Sumer y Akkad, donde estaba su ciudad de Ur, iba en camino a desaparecer.
        El vio el atardecer de una etapa y el amanecer de otra.
                  Moisés también vio un fin y un comienzo.
                                      Lo mismo que los apóstoles.
                                                Como también Lutero, Wesley y otros.
A todos ellos le tocó vivir los momentos previos al fin de una etapa y el comienzo de la próxima.
¿Cuales son las señales del fin de una era?

- Todo se disgrega hasta llegar al nivel del mínimo común denominador. "Principios y prácticas" carecen de importancia; no hay necesidad de tomar una posición firme en cuanto a esas cosas y hacerse de enemigos por ello…insistimos en dar por sentado que la gente, a pesar de todo, en el fondo, es buena.
- La mentalidad infantil que cree en los "cuentos de hadas," llega a invadir el mundo de los adultos, mientras la Verdad es canjeada por fantasía.
- Hay un creciente resistir a cualquier cosa que sugiera Demanda o un precio a pagar de nuestra parte, y un creciente afirmar de la posibilidad de "adquisición sin dolor." Un rechazo de los "caminos largos" de disciplina y sacrificio y un afirmar de un camino fácil de gratificación instantánea.
- Lo trivial toma el lugar de lo central y la Verdad Central es evitada, al encontrarse que cuesta demasiado.
- Hay un intento de ubicar a Dios dentro del armazón de la civilización contemporánea y un enfocar en el "andamiaje" en lugar del Creador y Consumador de todo.
- Hay un apartarse de las verdades objetivas y firmes para abrazar las cosas subjetivas y flexibles.
- Preferimos edificar cisternas tratando de preservar el pasado, en lugar de reconocer que la vida de Dios es semejante, en su naturaleza, al río, que siempre fluye con aguas nuevas.
- Preferimos mirar la crisálida y tratar de conservarla, en lugar de extendernos a la vida nueva que Dios busca traer a luz.

El resultado final es que la Verdad es rechazada por costar demasiado cara y la gente insiste en creer una mentira (olvidamos el dicho que, "Cuanto más se paga por una verdad mejor compra se hace.")

En el reino de Dios el avanzar trae conflicto, y visión espiritual siempre es seguida por un arduo viaje.
          La "Tierra que está lejos" se alcanza por el poner un pie frente al otro,
          millares de veces, por montes, valles, ríos y desiertos.
                    La tierra lejana es alcanzada un paso a la vez hasta que,
                    al pisarla, por fin es poseída.

En cada generación Dios nos llama a caminar por la fe. Lo de ayer queda atrás y no podemos retroceder. Las victorias de Lutero, Wesley, Mueller, y otros fueron mojones en el camino de la iglesia, no su destino! Al estudiar los avivamientos del pasado hemos de reconocer que son moveres que no van a repetirse aquí ahora. El pasado no contiene el mapa del futuro; es un tiempo cuyas experiencias pertenecen a la historia.

El futuro no es revelado aún. Hemos mencionado a Moisés, viendo el fin de una época.
          ¿Podemos imaginar la visión de Juan el Bautista mientras proclamaba una
          nueva edad? ¿Podía ver, por un momento, la Gloria y el Conflicto, la
          Revelación y el Misterio, el Caer estrepitoso de lo viejo y el Nacer milagroso
          de lo nuevo?

Creo que nos espera una nueva etapa en el develar del propósito de Dios en este mundo. Quizás unos pocos la vislumbran vagamente, pero no se manifestará en plena luz hasta que el amanecer del nuevo día la ilumine. La obra de Dios nunca queda estancada.

¿Dónde nos deja todo esto?
Para el hombre sin Dios no hay esperanza, va a la deriva por donde los acontecimientos lo arrastren.
Pero para el hombre en Dios, no importa lo que cambie, lo que caiga o se levante, hay cosas que perduran - no las estructuras terrenales, las formas externas, sino las cosas del Espíritu de Dios, los anhelos y clamores, la visión del corazón.

Perdura el "ojo sencillo," que no se conforma, y que responde a la inquietud del corazón. Tiene la vista fija en la cumbre, allá adelante. No descansa. Nada lo distrae. Ha tomado su lugar con el atalaya que anhela el amanecer de un nuevo día, una nueva era, un nuevo mundo…porque éste ya no puede contener sus anhelos. Todo en éste le hastía; tiene para él sabor a falso. Aún lo que es presentado como muy sublime tiene para él solo la belleza de un pobre escaparate.

Perdura el saber que Dios sigue firme en Su propósito de tener una "iglesia pura y sin mancha," que no sabe de compromisos con la psicología ni la sociología ni ningún interés, solo que Cristo sea visto en toda Su gloria. Y a este fin entrega todo el ser.

Perdura la fuerza, el empuje, la abnegación y la constancia del amor a El. El momento confuso que acompaña la transición de una era o etapa a la próxima no afecta la seguridad, la firmeza del amor. No importa la oscuridad que se asienta sobre todo lo conocido…que otros parecen no percibir…Su Espíritu amado llama desde el amanecer que se avecina. Y cuanto más reconoce las señales del derrumbarse de esta era, más se apresura a correr hacia la meta.

Es algo hermoso cuando uno se da cuenta
de la naturaleza eterna de Dios y que el ascenso o disolución
de naciones son sólo como el polvo que se levanta a Sus pies.

Una cosa sé, no importa qué es sacudido o destruido, habrá un mayor disipar de las

tinieblas por la Luz Eterna y una elación de Dios más plena.


Copyright © 1997 por Paul Ravenhill.

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