Hay Una Herencia Que Dios Tiene Para El Hombre
Tomado de un mensaje
de Paul Ravenhill




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Mateo 5:1-5
"Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo la boca les enseñaba, diciendo:
     Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
     Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
     Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad."


En el principio Dios creó el mundo. Un mundo perfecto. El hombre abrió las puertas al pecado y por el pecado ese mundo perfecto fue destruido.
     A partir de aquel momento vino Dios
           para resguardar al hombre de sí mismo y
                 para restaurar lo perdido.

En el Antiguo Testamento Dios impartió leyes, amonestaciones, palabras de guía... Todo esto para que actuara como cercos o barreras para restringir el mal. Para ayudar al hombre a no seguir en pos de la destrucción.
           Como quien cierra la puerta y le echa llave para que el niño no salga a los peligros de la calle, así Dios empezó a rodear al hombre con mandamientos. Proveyó de esta manera un lugar seguro, a salvo de aquél que "vino para hurtar, para matar, para destruir."
           O como el doctor que toma un hueso roto y lo entablilla para que sane nuevamente, también Dios, a través de las leyes entablilló, por así decir, el alma del hombre, buscando que éste pudiera aprender que su propio camino era camino de muerte; era un camino que siempre iba a terminar en derrotas; siempre iba a terminar en desastre.
A través de todo el Antiguo Testamento vemos a Dios constantemente tratando de cercar y retener, de resguardar, de proteger y guiar.
La voluntad del hombre había sido vencida ya y Dios estaba queriendo fortificar esta voluntad
     Para que esta voluntad ya no vuelva a elegir el mal.
           Ya no vuelva a ser crédula ante la tentación.
                 Para que esta voluntad pudiera ver que hay otro camino... está guardado, y muy bien guardado, por las leyes de Dios. De un lado y del otro hay leyes, para que el hombre pueda caminar por senda segura.
El Antiguo Testamento es la historia de la ley de Dios; pero también es la historia del hombre volviendo a caér; escogiendo otra vez dejar el camino que Dios había marcado para volver al
     Camino que le ofrecía el enemigo,
           Camino de su propio entendimiento,
                 Camino de su propia habilidad,
                       Camino de su propia fuerza.
Y vez, tras vez, tras vez el hombre cae.
     Vez tras vez el pueblo va en cautiverio,
           Vez tras vez es robado,
                 Vez tras vez es destruído.

Llegamos así al Nuevo Testamento. La nueva obra de Dios.

Dios empieza un nuevo abrir. Planta en medio de la creación una cruz. Paga la deuda del pecado. Viene El mismo e invita al hombre a entrar por un camino, no de obras sino por la fe. Abre las puertas eternas. Y establece un nuevo pacto.
Mientras las leyes del Antiguo Testamento, eran leyes para restringir:
           No harás tal cosa porque si lo haces irás a la muerte.
           No harás tal otra porque su fin será perdición.
           No harás aquella sino será para destrucción de tu vida.

Las leyes del Nuevo Testamento, expresadas en el Sermón del Monte, tienen un propósito infinitamente mayor, más alto y más amplio. Y aquí en el Sermón del Monte, por primera vez Dios, por la boca de Su Hijo,

Corre El Velo Y Revela Los Principios Del Reino.

Aquí hay leyes. Sí, hay leyes, pero tan diferentes a las leyes del Antiguo Testamento.

     No son leyes que cierran el camino
                               - Son leyes que abren el camino.
     Antes era: No harás porque caerás.
                               - ¡Ahora es: Bendito es el que hace porque hallará vida!

Dios ya no esta cerrando puertas -- En el Nuevo Testamento todo es cambiando y Dios está abriendo puertas. Abre las puertas del cielo. Abre las puertas a Su luz, a Su ser, a lo eterno. Comienza a abrir, abrir, abrir!

(Como hemos dicho varias veces,
ah, si pudiéramos venir a la Palabra de Dios con frescura
Si pudiéramos venir con dependencia.
Ah, si pudiéramos venir con un espíritu sensible
diciendo: "Dios enséñame a ver la sustancia de este mensaje que predicamos.
Enséñame, que pueda ser uno de aquéllos
que ve detrás de las palabras la realidad.
La nueva dimensión que Tu estás abriendo."
)

Abre Delante Nuestro Esferas De Herencia.

En este pasaje veo tres esferas. Tres lugares. Tres mundos donde la maldición ha pasado para siempre.:
     Un mundo celestial en primer lugar.
     Un mundo del alma del hombre en segundo término.
     Y un mundo físico, material, tangible en tercer lugar.

Sí. Necesitamos ver. Necesitamos pedir con gran intensidad:
"Dios muéstrame el camino de la bendición.
Muéstrame aquel camino que lleva a los cielos, que lleva a la virtud.
Muéstrame aquel camino que conduce al trono de Dios."

Todo el simbolismo, toda la forma, todo aquello que era sólo en parte había quedado atrás. Ya llegaba la realidad eterna. Y Jesús empezó ministrando a la multitud allí abajo, al pié de la montaña, junto al mar.
     Sanó sus enfermos.
           Hizo milagros.
                 Les libró de sus opresiones.
                       Dio palabra de promesa....

                       Pero ahora busca un pueblo que puede entender un poco más.
                             Un pueblo que puede ir un poco más allá del milagro.
                             Un pueblo que puede ver un poco más allá de lo físico.

     ‘Viendo la multitud,’ dejó la multitud.
     ‘Viendo la multitud, subió al monte,’ y se alejó.
     Y dice: "y sentándose vinieron a él sus discípulos."
Sus DISCIPULOS. Los discípulos también dejaron la multitud, se alejaron, subieron al monte... y se acercaron a Jesús. No a la multitud sino a éstos El comienza a hablar y revelar los principios del Reino a Sus discípulos.

El discípulo, es aquél que tiene la capacidad de aprender. Aquella persona "enseñable". No hay otra clase de discípulo. La persona flexible, la persona que no se aferra a una estructura, que no cae en la rigidez del "yo sé", y "yo puedo," y "yo tengo." Discípulo es la persona que dice: Dios es infinito y yo soy tan pequeño... necesito día tras día que me lleve, que me ensanche. Día tras día que abra mis ojos para entender.

Vinieron a El los discípulos y dice: "abriendo Su boca les enseñaba." Aquella enseñanza que no era instrucción meramente sino iluminación. Había una luz para ellos. Había algo más allá de la instrucción de la mente. Está queriendo darles luz para su camino. Dice el salmista: "Lámpara a mis pies es Tu Palabra, luz para mi camino." He dicho muchas veces, No hay tal cosa en la Palabra de Dios como verdad fría.

Cada palabra de Jesús significa tanto...
Pienso que en la eternidad vamos a estar recibiendo continuamente
nuevas revelaciones de Dios. Pienso que cuando lleguemos allá esta Palabra
va a cobrar un significado que jamás hemos soñado en la tierra.

Pero aún en la tierra, la fe viene por la palabra de Dios, y no por el leer de la palabra de Dios, ni siquiera por oír de la Palabra de Dios con el oído físico. Fe viene por el oír la palabra de Dios en el corazón. Y para que pudiera mi corazón entender... el profeta lo pone demasiado bien cuando, dice: "inclinad vuestro oído para oír."
     No puedo escuchar... si no hay una rendición.
     No puedo escuchar... si no estoy dispuesto obedecer.
Es como uno de esos cerrojos computarizados que tienen ahora en algunos lugares de alta seguridad. No se abren con llave ni nada parecido. Me cuentan que están programados para recordar impresiones oculares. De esta manera, al llegar a la puerta tendría que acercarme y esperar que un dispositivo electrónico tomara algo así como la huella digital de mis ojos. Si mi "huella" figura en su memoria quiere decir que me conoce y me dejará pasar, si no... Y parece que en el Reino de Dios hay algo así también. Cuando yo vengo y quiero entrar con algo menos que una obediencia total, algo menos que una pureza de amor, algo menos que un deseo sincero por las cosas de Dios, no puedo entrar, no puedo entender, no puedo escuchar.

Sí, Jesús les habló. Eran discípulos. Estaban escuchando. Dice:

"Bienaventurado los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos."

La primera realidad que Dios revela al hombre es la realidad de un mundo celestial. La verdad de una realidad que existe más allá de las cosas que podemos ver. Pienso que la gran mayoría de la gente que ha nacido desde que el mundo comenzó no ha visto más allá de las cosas de la vida diaria. No ha visto más allá de las responsabilidades y las posibilidades físicas de su medio ambiente. La primera cosa que Dios quiere dar al hombre, es un despertar a la realización de que hay un mundo que pertenece a Dios. Bendito el pueblo que puede VER y proclamar:
     Hay un mundo que no es de los hombres.
     Hay un mundo que no es de las cosas físicas.
     Hay un mundo que no es de las necesidades materiales.
           Es un mundo que Dios ha formado para Sí.
           Es un mundo donde Dios esta habitando desde la eternidad.
           Es un mundo que perdurará cuando este mundo quede en el olvido
                millones de años atrás.

"Bienaventurados los pobres en espíritu."
Es el requisito para entrar en el Reino de Dios. ¿Piensas que es fácil ser pobre en espíritu? Es lo más difícil que hay. Desde aquel día cuando Adán extendió su mano para tomar el fruto del árbol ha habido una suficiencia en el hombre. Ha habido algo que dice, "Yo puedo. Yo tengo. Aunque sea muy poco, pero hay un lugar que es mío." Pienso de una persona que conocí, golpeado por la vida, a los tumbos, de mal en peor, física, financiera y espiritualmente. Tan triste... Pero había una cosa muy notable: mientras le quedaba un centímetro cuadrado de terreno sobre lo cual pararse esta persona tenía, por así decirlo, la corona puesta. Con su actitud proclamaba: "Yo soy el rey. Este es mi dominio."...Habría que decirle: "Tu mundo se halla en pedazos. Tu vida rodeada de los escombros de los años. El piso mojado por tus lágrimas. Tu alma desangrando. Y todavía te jactas diciéndote: ‘¡¿Yo reino.?!’ ¿Sobre qué? ¿Sobre qué?!

No hay ciego como el hombre que no ve en el mundo espiritual.
No hay cosa tan triste como el alma que vive limitada a lo que sus cinco sentidos le permiten percibir.
Dios no formó el hombre para este mundo.

Mientras el hombre no descubre otro mundo siempre habrá frustración. Siempre habrá amargura en los profundo de su alma. Podrá venir a Dios. Podrá decir, "Señor te alabo", pero habrá otra voz que desde la profundidad estará gritando, "¡No, no creo! Señor, hay algo que duele, hay algo que es ciego, hay algo que es torturado por el mismo hecho de existir en este mundo." No importa cuantas riquezas ni cuanta fama pueda alcanzar, algo dentro del alma seguirá gimiendo en frustración, soledad, hastío. Así es el hombre. Cuanto más se esfuerza, cuanto más trata de juntar, cuanto más trata de establecer, cuanto más actividades emprende, cuanto más trata de razonar, cuanto más trata de hablar, cuanto más trata de satisfacer, más lejos está de alcanzar la plenitud que anhela. Y Dios esta diciendo no hay, no hay en este mundo satisfacción. El hombre necesita ver, el hombre necesita entender que: ¡Hay otro mundo, hay otro mundo! Y aquí comienza diciendo que ese mundo pertenece a los pobres.

Y ésta es la primera ley del nuevo pacto de Dios: La ley de la dependencia.
La dependencia directamente de Dios. "Bienaventurado los pobres." ¿Quién es el pobre? El pobre, por supuesto, es el que no tiene. El pobre de dinero es el que no tiene dinero. El pobre chacarero es el que no tiene cosecha. El pobre músico es el que no sabe tocar. Y así en todas las esferas, pobre es el que no tiene lo que necesita tener. Pero en el mundo de Dios, en el Reino de Dios, las cosas son totalmente diferentes, totalmente al contrario del orden de cosas de este mundo. Y resuenan las palabras de Jesús,

"Bienaventurados los pobres en espíritu." Bienaventurada el alma que sabe, sabe, SABE, "Yo no puedo nada." Sabe que hay un Dios cuyos cielos son tan altos, cuya santidad es tan pura, cuya demanda, cuya Presencia es tanto más allá de su pobre existir que jamás, jamás, aunque viviera cien años o aunque viviera mil, JAMAS podrá su alma llegar allí. Bienaventurado el hombre que se da cuenta que todo lo que él hace, todo lo que él puede, todo lo que él tiene, no sirve para nada. Este es el hombre a quien le será dado El Reino de los Cielos. ¡Gloriosa promesa! Y más gloriosa aún porque comienza a cumplirse ya, de este lado de la tumba.
Hay un mundo celestial. Es la esfera donde el espíritu, el alma, el ser entero, es vivificado. De él dependo y necesito día tras día este impulso desde los cielos
     Que Dios otra vez me de fe. Otra vez me levante.
     Que Dios otra vez abra mis ojos para ver.
     Que Dios otra vez restaure mi alma.
Cuando en lo profundo de mi ser sé que no puedo nada y vengo delante de Dios, en Su misericordia El me introduce a la esfera donde el espíritu es vivificado, donde el espíritu es renovado, donde el espíritu es ensanchado.

Cuando Jesús fue bautizado, "el Espíritu descendió de los cielos sobre El," y dice "y los cielos le fueron abiertos." A partir de aquel día El vivió bajo un cielo abierto. Habló de "las cosas que Yo veo a Mi Padre hacer en los cielos." No que había visto cuando estaba allí, sino que "VEO". "Las obras que Mi Padre hace Yo las hago." Hay una dimensión espiritual tan gloriosa… No es de la mente. No es del alma. No es de la emoción. No es la capacidad humana de ninguna manera. Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Creo que el ladrón sobre la cruz entra en esta categoría. Generalmente decimos, "Pobre, se arrepintió a último momento…" No sé. Pienso que era el único ser sobre la faz de la tierra que en aquel momento tenía fe. Los discípulos habían huido. Los fariseos, los escribas y los sacerdotes no entendían. Los Romanos juntaron sus fuerzas para destruir al Hijo de Dios. Pero había uno. Uno que toda su vida se había dedicado a tomar para sí mismo, no solo lo que le pertenecía sino también lo ajeno. Que había roto la ley de Dios (seis días trabajarás, y vivirás por el sudor de tu frente.) Un ladrón. Pero a último momento llegó a ver. Mientras, había otro ladrón siendo crucificado que mirando a Jesús decía, "Señor, líbranos, líbranos." ¿Librarles? ¿Para qué? "Líbranos, para que no muramos. Líbranos para que volvamos a andar. Líbranos Señor… ¡PARA VOLVER A ROBAR!"
     Los dos ladrones estaban ante la presencia del mismo Ser.
          Ambos miraron; solo uno vio.
          Ambos sintieron; uno comprendió.
          Ante ambos se extendía el largo camino conocido y el camino desconocido
                      que se alarga hacia la eternidad, uno se aferraba a este mundo.
El otro en cambio, mientras la vida se iba apagando allí en una cruz, mientras su cuerpo se iba debilitando, dijo, "Señor yo no pido que me restaures nada de lo que estoy perdiendo." Su sangre iba cayendo gota a gota; sus fuerzas y aliento iban menguando pero agregó, "Señor, acuérdate de mi cuando llegues allá." Pienso que en ese momento, en medio de todo el dolor, debe haber habido un responder en los cielos, "¡Hay uno que entiende! Hay uno que entiende la pureza de la gracia. Hay uno que entiende la dimensión de la salvación. ¡Hay uno que entiende que hay un Reino Celestial! " Jesús le dijo, "Hoy, HOY estarás conmigo."

Pero no solamente para después de la muerte es la promesa. La tentación, la destrucción, las cosas que desbaratan la vida no tienen poder sobre mí cuando mi alma esta cerca de Dios. Mientras Dios es el objeto más cercano a mi alma no hay tentación que tenga poder. No hay desánimo, no hay duda, no hay temor, no hay incredulidad que pueda ganar mi vida. Mientras mis ojos están puestos en Jesús no puedo caer. No puedo caer. Hay un mundo del espíritu de donde proviene mi vida, de donde proviene todo el sustento de mi ser. Repito, allí es donde Dios me vivifica. Puedo buscar a través de disciplina, y puedo buscar a través de estudio. Puedo buscar a través de cualquier cosa, no lo voy a hallar. Tengo que hallar el Reino de los Cielos.

Jesús continúa el Sermón del Monte y dice:
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
Habla ahora de la segunda esfera que mencionamos. Esta es la esfera del alma del hombre.
     Aquellas cosas que el hombre sí puede percibir.
     Aquellas cosas que el hombre sí puede entender.
     Aquellas cosas que el hombre sí puede sentir.
Vivimos en un mundo en que se pone mucho énfasis en esto, especialmente en algunos lugares. Hay tanta prédica, tanta enseñanza, tanto aconsejar para que el individuo no esté atado por sus inhibiciones y sus condenaciones. Para que el hombre aprenda a vivir en paz consigo mismo y con sus vecinos.
Hay un tremendo énfasis en que exista un equilibrio en el alma, para que haya armonía interior y no discordia. Pareciera que la iglesia en el siglo veinte casi ha dejado la esfera del Reino de los Cielos, ha dejado aún la esfera del mundo que nos rodea, y ha concentrado todo, al igual que la sociedad secular, en el "Yo y lo mío." Es el mundo de lo que me atañe, lo que me importa, lo que me conviene, lo que me satisface.. Un mundo subjetivo.
    Mis dolores.
        Mis necesidades.
            Mis inhibiciones y complejos.
                Mis condenaciones.
                    Mis sentimientos.
                         Mis problemas.
Todas esas cosas que yo puedo identificar con mi alma. ¡¿Y sin dejar de orbitar este triste centro del "yo" pretendemos extendernos para recibir las respuestas y las obras de Dios?! Nunca se encuentra la solución enfocando los problema desde esta posición. ¿Sabías esto? Cuando yo desciendo del terreno espiritual y trato de encontrar la solución a través de mis propios recursos no puedo. Dios me ofrece otro camino. A "los que lloran," Su "consolación."
Y esta palabra que usa Jesús aquí, "Recibirán consolación," como tantas otras palabras en la Biblia, no tiene el significado limitado que nosotros le damos o entendemos. Su consolación es más bien la RESTAURACION del alma del hombre.
    Es el sanar de todo su ser interior.
        Es el equilibrar de toda su personalidad.
            Es el quitar de todos sus temores.
El salmista habla del Dios que le libró de sus temores, del Dios que "restaura mi alma," como dice una traducción del Salmo veintitrés. El es mi Pastor, El me lleva. ¿Y como me lleva? RESTAURA mi alma. Pone delante mío un camino hermoso y perfecto.

"Bienaventurado los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
Parece que hubiera una paradoja aquí. Habla de consolación y habla de llorar. Y si hay algo que el hombre no quiere hacer es llorar. Huye de lo que pudiera ser cualquier emoción o sentimiento negativo a su "yo." Huye
    Del dolor en el alma.
        De las preguntas que no tienen contestación.
            De las cosas que hoy no puedo lograr y están allí.
                De las áreas insatisfechas de mi vida.
                    De las áreas que me causan dolor.
Quiero negarlas. Quiero encontrar un argumento. Quiero consolarme diciendo, "Sí, pero todos sentimos así. Hay que relegar esto a un rincón de la vida y concentrarse en lo positivo. Hay que tratar de negar lo negativo. Hay que mirar el lado bueno de las cosas..." NO. No es así. Según la Biblia no es así.
Bienaventurados los que lloran. No puedo ver la luz si no he visto la oscuridad. Martín Lutero, un hombre que sufrió mucho antes de encontrar su lugar, su posición, su fe en Dios, tenía algo muy claro que decir en cuanto a esto. Hablaba de lo indispensable que es para el alma verse
                  necesitada,
             vacía,
         desnuda,
de lo contrario no verá al Salvador. Cristo no vino para aliviarme. Cristo vino para hacer lo imposible.
Y quiere hacerlo en tu vida y quiere hacerlo en mi vida.
Ah, que yo pudiera pararme allí delante de los demonios, delante del mundo, delante de los ángeles y decir:
    "Mi Dios es el Dios que hace lo imposible!"
        "Mi Dios es el Dios que cambia aquello que es incambiable!"
            "Mi Dios es el que restaura aquello que se había perdido para siempre!"
                "Mi Dios es aquél que sana, al que esta más allá de toda esperanza!"
Es el Dios de la Biblia. Es el Dios que predicó el Hijo de Dios. Si puedes creer, todo es posible.

Uno de los santos de la antigüedad dijo que el hombre necesita redargüir su alma diariamente. Sé por mí mismo, necesito venir vez tras vez y decir: "Quién es mi Dios? Cual es mi lugar en El. " Y viene la respuesta, que vivo en la esfera donde mi alma tiene una relación con Dios. Un Dios que obra en esferas de milagro, de poder restaurador. Allí es donde, como cantamos a veces, no hay poder que me pueda vencer. Donde mi alma vive en una esfera donde todo lo de Dios es mi herencia y este mundo ya ha sido vencido, o como dice Pablo, "crucificado."

¿Tengo un Dios que puede alcanzar lo inalcanzable
o tengo un Dios que es más limitado que yo?
Créeme, cuando empiezo a enfrentar la realidad. Cuando empiezo a ver qué soy, qué tengo y qué no tengo, espiritualmente hablando, entonces comienzo a ver la gracia de Dios. Comienzo a ver un Dios que obra donde el hombre no puede obrar. Un Dios que hace lo que el hombre no puede hacer. Un Dios que es más allá de todo lo mío.


Bienaventurados los que lloran - los que buscan.

Tenemos tanto miedo del llorar porque no sabemos que al entregar lo negativo a Dios El lo toma, lo quita, lo tira allí en el medio del mar y me da lo positivo. Hay que buscar, con lágrimas, hasta que Dios contesta la oración. Jacob, cuando vio a Dios en Peniel dijo, "Fue librada mi alma." Sí, Jacob, que por veinte años había engañado y había sido engañado. Por veinte años había andando de día y de noche allí, por el campo, con los animales. En problemas con el suegro, con los cuñados; luchando, batallando, por fin huyendo en desgracia. Había dejado una tierra, vivía en el exilio. Luego ni en el exilio había lugar para él. Tenía que volver, aunque aterrado por lo que le esperaba. Debía enfrentar el juicio de su hermano a quién había engañado en un principio y que ahora venía hacia él con un ejército. Estaba allí, entre dos fuegos, en tremendo temor, sin nada en qué apoyarse... llorando en su alma, gimiendo - pero fue ALLI que Dios se encontró con él: Hubo una tremenda lucha. Por fin Jacob dejó lo natural. Se tomó de Dios y dijo, "No Te soltaré si Tú no me bendices." – Oseas 12: 4 agrega, "lloró y le rogó," – Y termina diciendo, "Este lugar es el lugar de la revelación." "Yo he visto a Dios Y ha sido librada mi alma." Es automático. Automático. Vio, por lo tanto fue librado. Es automático. Aunque hubo mucho llanto antes de ver, fue gloriosa y completa la consolación.

Puedo ver las cosas de Dios y no ser librado. Pero cuando le veo a El, entonces, en ese momento, algo adentro proclama, "fue librada mi alma." Ya no hay condenación. Ya no tengo miedo de lo negativo. Ya no tengo miedo de las sombras que se proyectan sobre mí. ¡He visto a Dios! Mi alma es LIBRE. Soy LIBRE. Recién entonces Dios puede comenzar a hablarme de una herencia en la tierra y dice:

"Bienaventurado los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad."
Los mansos. Aquellos que no buscan para sí. No esta hablando de los débiles o pusilánimes. Está hablando del hombre que no extenderá su mano como lo hizo Adán para tomar algo para su propio provecho, ni para defenderse, ni para reclamar sus derechos... Bienaventurado aquél que espera en Dios, como dice el Salmista. Bienaventurado el manso, que queda quieto diciendo, "Dios, haz Tu por mí." Jesús declara que: A él le será dado la tierra.
Creo que lo espiritual domina sobre lo natural. Creo que lo espiritual domina sobre lo físico. Sé por mi mismo que hay cosas que aún no alcanzo, pero sé que en la medida que yo sigo Dios me va a dar. Y Dios nos va a dar.

Hay una herencia. Hay un pueblo que es diferente que otros pueblos. Su religión no es algo teórico, insustancial, en la mente y las emociones. No. Comenzando en el espíritu se aplica también a la tierra. "Bienaventurados los mansos. Sí, los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad!"

Ellos, que son pobres, que lloran, que no buscan nada para sí, son los únicos que heredarán. Son los únicos que pueden "obrar juntamente con Dios" porque no mancharán Su nombre con el hedor de la carne. No buscan fama, reconocimiento ni lugar alguno en la tierra ni en el cielo. Conocen y saludan con gozo el cumplimiento del propósito de Dios, que es Su Reino - y no el nuestro - Están sujetos a Cristo como Este fue sujeto al Padre y anhelan que todo sea reunido en El. La fe, la gracia, la autoridad que reciben de Dios son entregadas nuevamente a El en obediencia para que este propósito se cumpla.
Hay reinos. Hay reinos de arriba, hay reinos terrenales y hay reinos de adentro que Dios quiere dar a los Suyos. Y allí ellos reinan juntamente con El. Pero no por haberlo oído. No por haberlo deseado lo posee el hombre, sino.
         Por haberse vaciado el alma hasta que no tiene nada.
         Por haber llorado hasta que puede oír la voz de Dios.
         Por haberse visto y sabido que es tan nada delante de
                   Dios que nunca extendería su mano para tomar, o aún desear
                    algo para sí.

Que Dios nos de entender.
         Que Dios nos de fe.
                    Que no seamos un pueblo que llega al cielo y tiene que escucharle decir:
                    "¿Por qué dudaste? ¿Por qué dudaste toda tu vida?

Deja tu vida,     
deja tu mundo,        
deja tus condenaciones,  
deja tus imposibilidades.       

ACÉRCATE
         al que puede perdonar,
                   al que puede restaurar,
                             al que puede salvar hasta lo imposible.

Permite que El haga Su obra adentro y que lleve tu vida transformada en pos de Su triunfo.



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